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Por:Yuriko Garcia Ortiz y José Ismael Alva Ch.
La caída del sistema de gobierno colonial hispano en el Perú, impulsado por el movimiento emancipatorio entre 1809 y 1825, logró la independencia de las ciudades más importantes en el territorio: Trujillo, Lima, Cusco, Huamanga, Arequipa y Huánuco, junto a la derrota del virrey La Serna.
Trujillo durante la transición a la independencia experimentó una combinación de continuidad y cambio. Si bien la ciudad jugó un papel fundamental en la lucha por la independencia y vio la emergencia de nuevas figuras políticas, también mantuvo muchas de sus estructuras sociales y económicas coloniales, especialmente en lo que respecta al poder de las élites terratenientes y la persistencia de una sociedad estratificada. La independencia, por lo tanto, no significó una ruptura total con el pasado colonial, sino un proceso complejo de adaptación y transformación bajo la presidencia de nuevas figuras políticas (Contreras, 2020).
La economía en el valle de Chicama en los inicios de la colonia tardía (1700-1821 d. n. e.) parece haber mejorado con el aumento de las haciendas azucareras, la producción de telas y jabones, el comercio local, la minería e inversión en el mercado (Reymundo, 2021, p. 66). Sin embargo, en los primeros 100 años de la República del Perú la posesión de la tierra fue modificándose y ocasionó nuevas tensiones sociales.
En las primeras décadas de la inaugurada República del Perú, gran parte de las haciendas registradas por Miguel Feijoo de Sosa a fines del siglo XVIII, fueron decayendo en el transcurso del tiempo por herencias y, especialmente, por las compras por parte de capitales extranjeros cuyo énfasis fue la producción de caña de azúcar (Armas, 1935, p. 109; Klaren, 1976). Posteriormente, tras la Guerra del Pacífico, los capitales extranjeros modernizaron los antiguos ingenios azucareros, constituyéndolos en los más grandes e importantes del valle: las agroindustrias de Casa Grande, Roma y Cartavio. En contraste, la concentración de la tierra en manos de unos pocos propietarios trajo consigo otros problemas sociales relacionados con el acceso al agua y la estructura del comercio (Klaren, 1976).

Figura 1. Mapa del valle de Chicama en la costa norte del Perú. Plano elaborado por Charles Sutton y Juan Portocarrero en 1921. Archivo: Pontificia Universidad Católica del Perú.
A lo largo de su historia, el pueblo de Magdalena de Cao tuvo tres ubicaciones distintas. La primera, estimada a mediados del siglo XVI, se localizaba cerca al río Chicama. Luego de un Fenómeno del Niño, el pueblo se reasentó en el extremo norte del complejo arqueológico El Brujo hasta 1760, fecha en la que los habitantes de Magdalena de Cao se trasladaron a su ubicación actual (García Rosel, 1941; Quilter, 2016). A partir de este último episodio, las ruinas de la segunda ubicación de Magdalena empezaron a ser llamadas “Pueblo Viejo de Cao” (García Rosel, 1941; Raimondi, 1868).
La nueva locación de Magdalena de Cao fue visitada por los primeros viajeros extranjeros que llegaron a nuestro país en las primeras décadas de la república. Por ejemplo, el comerciante alemán Heinrich Witt arribó al pueblo el día 8 de mayo de 1842 durante su travesía por la costa norte del Perú. En su paso por el valle de Chicama, describió a la antigua Magdalena como un pueblo aislado y poco destacado en el ordenamiento geopolítico de la cuenca (Mücke, 2015: 471).
Casi veinte años después, en 1868, el naturalista italiano Antonio Raimondi visitó el valle de Chicama y su estadía en el pueblo de Magdalena de Cao marcó un antecedente importante para la historia de la zona. Raimondi llegó a la Magdalena el 20 de mayo y permaneció allí alrededor de cuatro días.

Figura 2. Itinerario de la visita de Raimondi (1868) a Magdalena de Cao y a las huacas de El Brujo. Imagen: Archivo General de la Nación.
El naturalista italiano anotó que la principal actividad económica de los habitantes de Magdalena de Cao era la agricultura de subsistencia, la cual se desarrollaba en pequeñas parcelas para el cultivo de arroz, alfalfa y otros productos de consumo local. A nivel de infraestructura, el pueblo no contaba con una gran extensión y sus viviendas eran mayormente precarias, a excepción de ciertas casas de familias adineradas. La plaza contaba con algunos árboles de caracucho, apreciados por sus flores ornamentales. La iglesia se encontraba en estado ruinoso debido a la limitada gestión de la orden religiosa de entonces (Raimondi, 1868).
Un aspecto que destacó Raimondi fue la poca población de Magdalena de Cao. Quizá una pista de ello esté en el reclutamiento de mano de obra en las haciendas mediante la política de enganche. Según el diario La Crónica, la población de todo el distrito había disminuido notablemente debido a las obligaciones contraídas por sus habitantes tras el pago de anticipos (La Crónica, 1918, p. 100).
En el caso específico del pueblo de Magdalena de Cao, algunos registros demográficos muestran que en 160 años su población prácticamente no tuvo mayor variación. Para la década de 1780, el obispo Baltasar Martínez de Compañón registró 333 habitantes (Martínez Compañón, 1985, p. 5r). En tiempos de la República, el censo poblacional de 1862 señaló la presencia de 458 residentes (Paz Soldán, 1877, p. 557). Posteriormente, en el censo de 1940, el pueblo contaba con 349 habitantes distribuidos en 65 familias (Ministerio de Hacienda y Comercio, 1944, p. 34).
Las fotos aéreas tomadas por el Servicio Aerofotográfico Nacional en 1943 nos muestran las características del pueblo de Magdalena de Cao durante la primera mitad del siglo XX. En una de ellas (Figura 3) se observan la presencia de pocas casas a lo largo de la calle principal (Hoy Av. Miguel Grau), la cual desemboca en la plaza del pueblo. Al sur de dicha plaza se encuentra la iglesia, en cuya cuadra aun no existen más edificaciones. Lo mismo ocurre en la cuadra donde se ubicaba únicamente el edificio municipal. En el extremo norte se ubica el cementerio de Magdalena de Cao, el mismo que fue inaugurado poco antes de la visita de Raimondi (Raimondi, 1901, p. 10).

Figura 3. Vistas aéreas del pueblo de Magdalena de Cao en 1943 (Izquiera) y 2024 (Derecha). Nótese el aumento de las casas en el área delimitada por las grandes áreas de cultivo. Imágenes: Servicio Aerofotográfico Nacional y Google Earth.
Raimondi (1868) y los derroteros marítimos del siglo XIX (documentos con instrucciones de las rutas de navegación) proporcionan informaciones sobre la caleta El Brujo (llamada anteriormente San Bartolomé), al oeste de la huaca conocida actualmente como Cortada o El Brujo. En 1860, dicha caleta fue habilitada para que la comunidad de Magdalena de Cao pueda embarcar frutos, carbón y leña (García y García, 1863; Melo, 1906; Raimondi, 1901, p. 10). El primer cargamento se realizó en el bergantín “Trujillo”, el 6 de febrero de aquel año (Raimondi, 1901, p. 10). Sin embargo, el embarque de mercancías fue abandonado antes de terminar la década, dado que el fuerte oleaje y la orilla pedregosa ocasionaban situaciones de peligro (Melo, 1906).
Pese a ello, la caleta continuó siendo ocupada en la estación de verano por vecinos de Magdalena de Cao y de las haciendas cercanas, para dedicarse a la pesca y también para refrescarse (Raimondi, 1874, pp. 323-324). A inicios del siglo XX era habitual ver a los pescadores de la caleta El Brujo ingresaban al mar a pescar sobre sus balsas de totora (Stiglich, 1918, p. 161).
Un mapa elaborado por el alemán R. Stappenbeck en 1929 revela el trazo del camino que unía el pueblo de Magdalena de Cao y la caleta. Dicho camino cruzaba el complejo arqueológico El Brujo, específicamente frente del lado sur de la Huaca Cortada y luego descendía hacia los antiguos ranchos.

Figura 4. Detalle del camino que unía el pueblo de Magdalena de Cao y la caleta El Brujo (Stappenbeck, 1929).
Las fotos aéreas tomadas en mayo de 1943 registraron además la existencia de unas pocas casas de pescadores, dispuestas sobre una zona elevada que garantizaba permanecer a salvo de los oleajes (ver Figura 5). Posteriores imágenes tomadas en 1969 dan cuenta que, en menos de 30 años, este asentamiento fue abandonado y no volvió a ser ocupado. Los motivos de la partida de sus ocupantes no son conocidos por ahora. No obstante, actualmente es posible observar los basamentos de quincha de las casas de los vecinos de Magdalena de Cao, quienes se dedicaron por generaciones a la pesca y marisqueo.

Figura 5. Vista aérea de las viviendas de pescadores en las inmediaciones de la caleta El Brujo, muy cerca de la Huaca Cortada, en 1943. Imagen: Servicio Fotográfico Nacional.
La historia del complejo arqueológico El Brujo está ligada inseparablemente de las comunidades del distrito de Magdalena de Cao. La familia Villegas aun guarda en su memoria las historias de don Raúl Villegas Roldán, el primer habitante del actual asentamiento de pescadores ubicado cerca de la Huaca Prieta, al sur de complejo arqueológico El Brujo.
A fines de 2024 conversamos con Maximina Villegas Pacheco (80 años) y su esposo, Francisco Asencio Alfaro (90 años). Ambos viven en una acogedora casita frente al mar, donde marisquean y pescan junto a otros miembros de su familia. Doña Maximina es hija de don Raúl Villegas, quien construyó su primera casa en la primera mitad del siglo XX y se dedicó a la pesca en caballito de totora. Nos refirió también que don Raúl participó de las excavaciones de la Huaca Prieta junto al arqueólogo norteamericano Junius Bird en 1946. Especialmente, Maximina recuerda aun las indicaciones de su padre de mantenerse lejos de las excavaciones y de los materiales recuperados durante aquellas primeras intervenciones científicas en El Brujo.
Por su parte, don Francisco nos contó de las bondades del mar frente a las costas del complejo arqueológico. Como pescador, don Francisco rememora con nostalgia que mucho tiempo atrás los peces eran abundantes en la zona, al grado de quedar constantemente atrapados con la marea baja. Dicho momento era perfecto para capturar los peces y para marisquear. Nos indicó que las antiguas salinas cercanas a la Huaca Prieta proveían el insumo esencial para salar de los pescados, actividad que procuraba la deshidratación de la carne para prolongar su conservación. También don Francisco recordó la presencia del life en las acequias de antaño. Este pez de agua dulce resultaba muy sabroso cuando se les preparaba en sudados y frito.

Figura 6. Doña Maximina Villegas y don Francisco Asencio, miembros de la comunidad de pescadores en las playas cercanas a la Huaca Prieta, nos compartieron gentilmente sus vivencias.
El complejo arqueológico El Brujo conserva parte de la historia de hombres y mujeres que habitaron la región a lo largo de 14 mil años. Actualmente, su zona intangible, declarada por el Ministerio de Cultura, protege las evidencias históricas del viejo asentamiento de pescadores en la caleta El Brujo. Esta zona es testimonio material de la historia del distrito de Magdalena de Cao del siglo XIX y de mediados del XX; específicamente de aquellas personas que desarrollaron su vida social entre el mar y las huacas de El Brujo.
Por su lado, los testimonios de vecinos como doña Maximina Villegas y don Francisco Asencio nos traen al presente los fragmentos de la historia alrededor del complejo arqueológico El Brujo y de los cambios que ha sufrido nuestro ecosistema. Las anécdotas e historias fantásticas en torno a El Brujo, que serán motivo de próximas entregas, forman parte de la memoria colectiva y el reconocimiento social de estos lugares que constituyen el patrimonio de nuestra comunidad.
Armas, J. (1935). Guía de Trujillo. Tipografía “Olaya”.
Contreras, C. (2020). Introducción. En C. Contreras (Ed.), Compendio de Historia Económica del Perú IV: Economía de la primera centuria independiente (p. 11-18). IEP.
García Rosel, C. (1941). Diccionario de la Demarcación Política del Perú (1821-1941). Sociedad Geográfica de Lima.
García y García, A. (1863). Derrotero de la Costa del Perú. Establecimiento Tipográfico de Aurelio Alfaro.
Klaren, P. (1976). Formación de las haciendas azucareras y orígenes del APRA. Instituto de Estudios Peruanos.
La Crónica. (1918). Diccionario Geográfico Peruano.
Martínez Compañón, B. J. (1985). Trujillo del Perú: Vol. II (Agencia Española de Cooperación Internacional).
Melo, R. (1906). Derrotero de la Costa del Perú. Guía Marítimo-Comercial. C. F. Southwell.
Ministerio de Hacienda y Comercio. (1944). Censo Nacional de Población y Ocupación 1940.
Mücke, U. (Ed.). (2015). The Diary of Heinrich Witt (Volume I). Brill.
Paz Soldán, M. F. (1877). Diccionario Geográfico Estadístico del Perú. Imprenta del Estado.
Quilter, J. (2016). Magdalena de Cao y la arqueología colonial en el Perú. Boletín de Arqueología PUCP, 21, 69-83.
Raimondi, A. (1868). Viaje a Trujillo. Valle de Chicama – San Pedro de Guadalupe – Monsefú – Chiclayo – Lambayeque y Hacienda de Patapo (Fondo Antonio Raimondi). Archivo General de La Nación.
Raimondi, A. (1874). El Peru: Vol. Tomo I. Imprenta del Estado.
Raimondi, A. (1901). Itinerario de los viajes de Raimondi en el Perú. De Cajamarca a Hualgayoc-San Pablo-San Pedro-Talambo-Trujillo-Huanchaco-Chuquisongo-Cajabamba-Huamachuco-Cajamarquilla y Bambamarca (1860). Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima, X, 1-40.
Reymundo, I. (2021). Contribución socioeconómica, política y cultural de extranjeros en la consolidación del sistema republicano en Trujillo (1820-1840) [Tesis de licenciatura]. Universidad Nacional de Trujillo.
Stappenbeck, R. (1929) - Geologie des Chicamatales in Nordperu und seiner Anthrazitlagerstätten. Geologische und Palaeontologische Abhandlungen, 16(4): 305-355.
Stiglich, G. (1918). Derrotero de la Costa del Perú. Lit. y Tip . P. Berrio & Co . S. C.