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Por: Complejo arqueológico El Brujo
Dulce, cremosa y refrescante, la chirimoya deleita el paladar mientras nutre el cuerpo y teje un puente con la tradición agrícola andina. Su legado se remonta a tiempos prehispánicos, como atestiguan los hallazgos arqueológicos de Margaret A. Towle en la costa norte peruana, que revelan su presencia en la dieta de las sociedades antiguas. Estas culturas desarrollaron un conocimiento agrícola en torno a especies nativas como la chirimoya, valorando tanto sus propiedades nutricionales como su significado cultural. Hoy, su sabor único y su historia milenaria continúan viviendo.
La chirimoya (Annona cherimola) es originaria de los Andes centrales, especialmente de las zonas que hoy corresponden al norte de Perú y sur de Ecuador. En su estudio sobre el uso de las plantas en el antiguo Perú, la etnobotánica Margaret A. Towle señala que los restos de esta fruta han sido encontrados en contextos arqueológicos, lo que demuestra que formaba parte de la dieta de culturas como la Mochica y otras sociedades preincas.
La chirimoya destaca por su alto contenido de fibra, lo que contribuye al buen funcionamiento digestivo y a la regulación del tránsito intestinal. A esto se suman sus vitaminas del complejo B y su aporte de vitamina C, clave para el sistema inmunológico y la protección antioxidante.
Además, es una fruta con minerales como el potasio, esencial para el funcionamiento del sistema nervioso y la salud cardiovascular. Estas características hacen de la chirimoya una excelente opción para complementar una dieta variada, especialmente en contextos donde se busca combinar sabor, saciedad y valor nutricional.
La pulpa suave y dulce de la chirimoya ha hecho que este fruto forme parte de muchas preparaciones tradicionales: se consume fresca, en jugos, postres o helados. Sin embargo, su valor va más allá del gusto. Su valor nutricional puede apoyar la regulación de la presión arterial y el control de lípidos, gracias a su combinación de potasio, antioxidantes y fibra.
Estas propiedades le otorgan un rol potencial como alimento funcional dentro de patrones alimentarios saludables. En este sentido, el consumo de chirimoya no es solo una costumbre arraigada en los Andes, sino también una opción válida para quienes buscan mejorar su salud desde la alimentación.
El uso de la chirimoya en contextos rituales y domésticos del antiguo Perú refuerza su papel como símbolo de conexión entre cultura y territorio. Margaret Towle sostiene que muchas de las plantas domesticadas en el Perú precolombino, como la chirimoya, fueron seleccionadas por generaciones por su utilidad, sabor y valor simbólico.
En excavaciones arqueológicas del valle de Moche, en la costa norte del Perú, se han hallado restos de chirimoya que evidencian su consumo desde tiempos remotos. Las condiciones áridas de esa región permitieron una conservación excepcional de restos vegetales, como frutas, semillas y otros productos agrícolas, lo que ha permitido reconstruir con precisión su rol en la dieta antigua.