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Por: Complejo arqueológico El Brujo
La costa norte del Perú enamora con sus paisajes, su historia ancestral y, especialmente, por su inconfundible sabor. Trujillo y Magdalena de Cao, dos destinos imperdibles de La Libertad, ofrecen una experiencia gastronómica donde el mar, la tradición y la calidez del norte se encuentran en cada plato. Si eres amante del turismo gastronómico, este recorrido será una travesía de aromas y sabores que no querrás olvidar.
En Trujillo, cada plato es una historia que refleja la mezcla de culturas y tradiciones que dieron forma a esta región. Uno de los más emblemáticos es el shámbar, una sopa espesa de menestras, carnes y especias que solo se sirve los lunes. Es una tradición que los trujillanos cumplen religiosamente, pues se dice que “trae buena suerte para la semana”.
El seco de cabrito con frijoles también ocupa un lugar de honor. Su carne tierna, cocida lentamente en chicha de jora y culantro, es una muestra del arte culinario que define al norte peruano. Y para quienes prefieren sabores más intensos, el frito trujillano (costillas de cerdo adobadas y doradas) conquista con su textura crujiente y su adobo picante.
Por supuesto, ningún viaje gastronómico al norte estaría completo sin un ceviche o un sudado de pescado a la norteña, ambos hechos con el pescado más fresco del día. En los restaurantes trujillanos, estos platos se acompañan con camote, yuca y cancha serrana, perfectos para un almuerzo frente al mar.

A poco más de una hora de Trujillo se encuentra Magdalena de Cao, una joya costera donde la historia mochica convive con una gastronomía llena de vida. Tras visitar el complejo arqueológico El Brujo y conocer más sobre el impresionante contexto de la Señora de Cao, nada mejor que completar el recorrido con un banquete marino preparado por manos locales.
Uno de los lugares más reconocidos es El Mochica de Cao, dirigido por Doña Victoria Santiago, donde el mar cobra protagonismo. En su carta abundan los sudados, parihuelas, ceviches y chicharrones de pescado o cangrejo, todos preparados con productos recién extraídos del mar. Su cangrejo reventado y el tradicional cabrito norteño son imperdibles para quienes buscan probar los sabores más representativos del norte.
A pocas cuadras, El Embrujo invita a disfrutar de una amplia variedad de platos marinos, como la jalea mixta, el picante de mariscos o la chita al ajo. Este restaurante, liderado por la señora América Guerrero, también ofrece chicha de jora artesanal, elaborada por productores locales. Un detalle que realza la autenticidad de cada comida y conecta al visitante con las raíces del valle.
Para una experiencia más tradicional, Don Cangrejo ofrece una cocina familiar con todo el encanto local. Su menú destaca por el arroz con mariscos, el ceviche mixto y el sudado de pescadp, ideales para disfrutar después de un día explorando los murales de Magdalena de Cao o caminando por la playa al atardecer.
Ninguna ruta gastronómica estaría completa sin una bebida o postre típico. En Magdalena de Cao, la Chicha de Año es la reina indiscutible. Preparada artesanalmente y fermentada durante meses, es una bebida con historia. Dos nombres destacan en su elaboración: Doña Chabu, reconocida por su dedicación y receta familiar transmitida por generaciones, y la marca “Mi Violeta”, con más de 80 años de tradición y un sabor inconfundible que puedes llevar embotellado como recuerdo.
Y si de postres se trata, los viajeros no deben irse sin probar las paletas artesanales de Doña Margarita, ubicadas frente a la plaza principal. Estas delicias heladas, elaboradas con frutas locales, son el cierre perfecto para una jornada de historia y sabor.

El turismo gastronómico en el norte del Perú no es solo una experiencia culinaria, sino una forma de conectar con la historia y la identidad de sus pueblos. Un itinerario ideal puede comenzar en Trujillo, visitando sus calles coloniales y degustando un plato de shámbar o frito trujillano, para luego continuar hacia El Brujo y Magdalena de Cao, donde la gastronomía y la arqueología se encuentran en perfecta armonía.
Porque después de admirar los murales mochicas y conocer el legado de la Señora de Cao, saborear un ceviche fresco o una chicha de año es más que un placer: es vivir la esencia del norte peruano, donde cada plato cuenta una historia que sigue viva.